La materia es más “nada” (energía) que “algo” (partículas). La vieja escuela creía que los electrones orbitaban alrededor del núcleo como los planetas orbitan alrededor del sol. La nueva escuela nos dice que el átomo se compone de un 99,99999 por ciento de energía y de un 00,00001 por ciento de materia. En forma de proporción, eso es casi nada. Los físicos cuánticos descubrieron que la persona que está observando las infinitesimales partículas del átomo afecta la conducta de la energía y la materia. Los experimentos cuánticos demostraron que los electrones existen como una infinidad de posibilidades o probabilidades en un campo invisible de energía. Pero solo cuando el observador se fija en cualquier localización de un electrón, es cuando aparece ese electrón. En suma, una partícula no puede manifestarse en la realidad, es decir, en el espacio-tiempo tal como nosotros lo conocemos hasta que es observada. Entonces, cuando el observador “busca” un electrón hay un punto concreto en el espacio y el tiempo en el que todas las posibilidades del electrón se colapsan en un suceso físico. Con este descubrimiento, mente y materia ya no pueden seguir considerándose de manera separada; están intrínsecamente ligadas, porque la mente subjetiva ejerce cambios perceptibles en el mundo físico objetivo: hablamos de una mente cuántica. Piensa que, si a nivel subatómico la energía responde a tu atención y se convierte en materia, ¿cómo cambiaría tu vida si aprendieras a dirigir el efecto observador y a colapsar infinitas ondas de probabilidad en la realidad que deseas? ¿Serías un mejor observador de vida que deseas vivir?. Por lo tanto, todo lo que existe en nuestra realidad física existe como puro potencial. Si las partículas subatómicas pueden existir de forma simultánea en una infinidad de posibles lugares, somos en potencia capaces de colapsar en una infinidad de posibles realidades.
"End of transmission"
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